Juan Carlos Morales Ruiz M.D
El arte y la medicina comparten sus raíces: las vicisitudes de los
seres humanos; la lucha entre el bien y el mal; la naturaleza, un tanto sombría,
de la enfermedad; la presencia perturbadora de la muerte y la esperanza de
vencer la batalla por la vida.
Desde esa perspectiva, retomando las palabras de Mayte Suárez, una
periodista española que ha dedicado una buena parte de su vida a explorar la
relación entre el arte y la medicina:
“La pintura quizá sea, por su inmediatez, la actividad artística
que ha dejado testimonios más impresionantes de esa cara oscura del devenir de
los hombres, mostrándola, unas veces, y atenuándola, otras, con la viveza de la
luz y el color.”
No hay que olvidar que la ciencia médica y el entorno que rodea a
la enfermedad, han sido protagonistas constantes de esta cruel realidad, y un
sinfín de imágenes plasmadas en los lienzos constituyen una brillante galería
ilustrada de la patología humana, en la que el artista, quizás sin
proponérselo, se convierte en mensajero de un legado invaluable que nos permite conocer nuestra historia.
Desde la otra orilla, el arte ha sido una fuente inagotable de
representaciones clínicas, sociales y culturales del proceso salud –
enfermedad, a través del tiempo, llegando a convertirse en una herramienta
invaluable para la reconstrucción de la historia de la medicina y en un recurso
didáctico, no siempre bien aprovechado, para la enseñanza de esta profesión,
mitad ciencia y mitad arte.
En tal sentido, Alejando Arís, eminente cirujano cardiovascular y
de tórax, de origen español, manifiesta que la relación entre el arte y la
medicina, “nace de la deformación profesional del médico de
interpretar una patología representada en una gran obra de arte, de la misma
forma que un sacerdote identificaría al pecador o al santo, y un militar
reconocería al héroe o al cobarde. En todos ellos el pintor ha logrado plasmar
algo que resulta incongruente pero incuestionable: la belleza de la enfermedad.”
En
ocasiones, continúa Arís, “la patología es obvia, pero en otras resulta más
sutil y es posible que el propio pintor la ignorase cuando realizó el cuadro.
En la interpretación de esta patología sólo se puede aplicar la primera de las
cuatro formas cardinales de la exploración semiológica –inspección, palpación,
percusión y auscultación- para llegar al diagnóstico del mal [...]”.
“En esta
época de medicina protocolizada y altamente tecnológica resulta un desafío y un
ejercicio apasionante para un médico aventurar un diagnóstico a partir de la
inspección de un cuadro, con la gran ventaja de que si yerra, el paciente no
resulta perjudicado.”
Finalmente, vale la pena hacer una breve mención a la relación existente entre la enfermedad
y la expresión creativa de algunos grandes maestros del arte, a través del
tiempo: la enfermedad bipolar que acompañó a Gauguin durante una buena parte de
su vida; el retardo mental, la epilepsia y las crisis maníaco depresivas de Van
Gogh; la artritis reumatoidea deformante que afectó a Renoir y a Rubens; la sordera que determinó el
aislamiento de Goya y la creación de algunas de sus obras más famosas; el grave
compromiso de la función visual que se hizo presente en la mejor etapa de la
vida artística de Monet y el enanismo que le permitió a Toulouse – Lautrec,
ingresar sin restricción al mundo de la noche en París, entre otros.
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